Dicen que lo primero que preguntaba Napeleón Bonaparte sobre los recién llegados al rango de General era si solían tener suerte. En la noche de hoy hay que empezar por detallar que la diosa Fortuna, siempre caprichosa, desvió su dedo en el último instante para dejar de señalar a Ramón y apuntar a otro español, Juán Antonio Gil. No busquen explicaciones técnicas ni estratégicas, no se recreen con el atletismo-ficción teorizando sobre que hubiera pasado si la carrera hubiera sido otra… Simplemente faltó un gramo, ínfimo, de buena suerte para que Ramón Borente volviera a ganar en Torun como en 2015 e hiciera, definitivamente, de la preciosa pista polaca su particular salón. Por muy poquito no hubo «deja vu».
Como era de esperar, la final fue dura, aguerrida, competida, dinámica y nerviosa. La salida fue eléctrica, con los 5 favoritos a todo luchando desde el metro 1 por copar los puestos cabeceros del grupo. Tras varias maniobras y forcejeos, fue el español Octavio Pérez el que se decidía a comandar el grupo estableciendo una fuerte velocidad de crucero. Detrás de él seguía la guerra por conseguir o mantener una buena ubicación. Ramón se colocó bien, segundo detrás de Octavio, y defendió con autoridad varios intentos de usurparle el sitio.
Apenas superado el primer tercio de carrera del 800 se produjo un relevo entre españoles en la cabeza del grupo, siendo el espigado J.A. Gil el que pasaría a comandar la carrera con más sangre fría y más «malicía» que Octavio. El ex-campeón del mundo en M35 combinaba los acelerones en las rectas con los parones en las curvas, provocando desgaste y nerviosismo en los perseguidores. Fue precisamente en esa fase desquiciante de la carrera cuando, en una inteligente maniobra, el francés Apatout se cuela delante de Ramón ganándole la cuerda, obligándo al cordobés a buscar un resquicio más adelante que le evitase el bloqueo en los metros decisivos. Tuvo paciencia y audacia el andaluz para encontrar el hueco y ahí es cuando apareció la raza de campeón del que ha ganado prácticamente todo como Master. Aprovechó su salida a la calle exterior para iniciar un cambio de ritmo que endurecería exponencialmente a falta de 100 metros. En la curva, Borente empezaba a distanciar rivales y cuando enfilaba la recta parecía imposible que alguien pudiera alcanzarlo conociendo como se las gasta en esos metros finales. Pero la Pista Cubierta tiene un componente de complejidad y desgaste que solo los que la han «catado» lo conocen. Pueden llegar a ser carreras totalmente distintas a sus homólogas en Aire Libre. Exige un plus de tensión, de sobreesfuerzo para llevar a cabo lo periódicos cambios de ritmo a los que obligan la cerradísimas curvas de estas pistas de 200 metros, más el derroche de energía que se consume en las mini-rectas de apenas 50 metros para poder realizar alguna maniobra (en las curvas es impensable). Este desgaste extra fue que el hizo que el Campeón del mundo en 4×400 empezase a sufrir los efectos del ácido láctico a falta de 25 metros. Ramón tiró de casta, de orgullo y de experiencia para llegar hasta la meta, literalmente, cayéndose. Sobre la línea, Juán Antonio Gil, que en 2015 vió como era el cordobés el que le ganaba por un palmo en la misma pista de Torun, se tiraba con todo consiguiendo que su hombro se adelantase unos milímetros, una centésima en la escala del tiempo, al pecho de Ramón. Un detalle minúsculo que vale un Oro Mundial, grandezas del deporte.
Poco puede reprocharse Ramón, que lo dió todo y se erigió, con descaro y valentía, en protagonista de la final. Carrerón para el recuerdo y Plata de las que brillan por lo caro que puso el Oro. Nuestra más sincera enhorabuena a Ramón desde el CAC y nuestro agradecimiento por el gran orgullo que nos hace sentir. GRANDÍSIMO.